jueves, 18 de septiembre de 2014

Ejercicio: crear historia a partir de una fotografía



La misma hora
Fotografía: Studio Erwin Olaf 





El 13 de septiembre de 1089, al sur de California, el temporal estaba totalmente revuelto, nublado y con fortísimas lluvias.

Un matrimonio y su hijo regresaban a su hogar después de pasar juntos el día en la cuidad. Caminaban con prisa entre las pequeñas casas de la zona para ir atajando y llegar así antes. Parecía que nada ni nadie podría frenarlos, pero hubo una cosa que pudo dejarlos casi sin aliento… Esto fue la presencia de una señora mayor asomada a la ventana de una de estas casitas. Aquella mujer lucía un traje elegante y un perfecto peinado. Ellos no la conocían de nada, jamás la habían visto. Después de unos tensos segundos mirándola fijamente, consiguieron apartar la vista y siguieron con su camino hasta llegar a casa con una extraña sensación en el cuerpo.

Al día siguiente, la familia, todavía algo inquieta por lo sucedido la tarde anterior, comenzó a preguntar a sus vecinos más antiguos por la presencia de esa señora; efectivamente, todos los vecinos coincidían en lo mismo: era una vieja vecina conocida por todos pero de la que nunca supieron nada, tan solo que siempre se asomaba a esa misma ventana cada día, con la misma ropa y con el mismo peinado, concretamente a las 13:35 de la tarde, y que frente a esa limpia ventana permanecía 35 minutos totalmente quieta.

Todos los vecinos pensaban que sufría problemas de cordura,  pues se rumoreaba que recibió una muy mala noticia que empezó a desarrollar en ella una extraña enfermedad, la cual la hacía vivir anclada año tras año en el mismo día. Siempre que despertaba a las 08:00 de la mañana y  miraba su rostro en el espejo, no podía comprender cómo cada vez envejecía más rápido y sentía sus huesos más débiles al esperar frente a aquella ventana,  ese lugar en el que nunca encontraba lo que ansiaba cada día, el día 13 de septiembre.

Pasaron años y años en los que esta continuaba con su rutinaria espera, pero este día parecía diferente: llamaron a su puerta, a la que acudió lo más rápido que pudo. Aquello parecía un sueño. Era su marido y en cada mano agarraba con fuerza a sus nietos. El rostro de la anciana nunca se había visto igual, ya no habría más días nublados y apagados que pudieran reflejarse en su interior. 

Pasaron una maravillosa tarde merendando y recordando algunas travesuras de sus infancias.

Al llegar la noche, se metió en su cama pensando que, posiblemente, sería la persona más rica interiormente en el mundo; suspiró y, con una pequeña sonrisa, durmió agarrada a la mano de su esposo.

Sonó el despertador como cada mañana, pero esta vez albergaba en su interior un sentimiento diferente. Se quedó 5 minutos más en la cama recordando el maravilloso día anterior y, por fin, se giró decidida para despertar a su marido con un beso de buenos días; un beso que, desgraciadamente, nunca llegó a dar. De nuevo estaba sola y únicamente pudo encontrar una nota y un pañuelo rosa que agarraría fuertemente en su mano cada día.